¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

A pesar de que se habían alejado bastante de cualquier pueblo, aldea y casa de aperos cercana, el señor Quijote resoplaba demasiado como para seguir negando que estaba cansado de buscar un lugar desde el que pudieran verse las estrellas. Los guiños cada vez más frecuentes de la luz de su dinamo le recordaban que había agotado todos y cada uno de los músculos que, más directa o indirectamente, podían hacer que su bicicleta se arrastrase por aquella tierra agreste. El señor Quijote tocó la manilla del freno, resignado ya a dar aquella búsqueda por concluida, cuando los vio. Sobre la siguiente colina, a apenas unos minutos más de esfuerzo, tres perfiles achaparrados y desafiantes despertaron su curiosidad y su sed de aventuras. La luz se apagó y el señor Quijote se dio cuenta de que se había detenido.
—¿Acampamos ya? —le preguntó Sancho, entre jadeos pero audiblemente esperanzado.
El señor Quijote tardó un momento en responder.
—No —respondió suavemente. Al escuchar el rezongueo de Sancho, se apresuró a añadir, con una sonrisa fiera—. Antes tenemos que ir allí —dijo señalando su objetivo.
—¿Allí arriba? —se quejó Sancho.
El señor Quijote, sin dar más explicaciones, volvió a encaramarse a su sillín y despertó la luz frontal de su bicicleta en unas pocas pedaladas enérgicas; Sancho se quedó atrás unos segundos, pero lo siguió.
A medida que se acercaban a la colina, el señor Quijote pudo distinguir las líneas quebradas de un enorme puño alzado que lo llamaba con vehemencia, dos tejados despeinados y uno calvo, y tres torsos semiamontonados. Recorrió los últimos metros de la cuesta tanteando con la mano en su mochila en busca de la empuñadura de su espada; la agarró con fuerza, la extendió frente a él y tomó carrerilla. Cuando hubo tomado suficiente inercia para llegar a la planicie con velocidad, tomó aire y gritó, con voz fiera:
—¡A la...!
La sonrisa se le congeló. La empuñadura de la espada se le clavó en la mano como una chapa mal recortada y la dinamo volvió a apagarse. Frente a él, una verja metálica cubierta con una lona desgarrada encerraba con indolencia a sus tres enemigos. La mano levantada que creyó que lo desafiaba extendió la palma hacia él; luego sus dedos se endurecieron y astillaron como grandes ramas viejas; la súplica en los enormes ojos hundidos bajo la frente aún peluda de uno de los gigantes se apagó y en su lugar quedó sólo el cielo anaranjado. El señor Quijote cerró los ojos, soltó la espada y se apretó la cabeza entre las manos. La bicicleta de Sancho se detuvo un poco por detrás de él con un gruñido de grava.
—¿Le pasa algo, señor? ¿Se ha hecho daño? ¿Se encuentra mal?
El señor Quijote abrió los ojos lentamente y subió la pierna para dejar caer a su lado la bicicleta. Sancho detuvo su caída con una queja preocupada. Cuando logró ponerla en pie, alzó la cabeza y vio al señor Quijote caminando lentamente hacia la verja, casi arrastrando los pies y con los ojos fijos en la única aspa que le quedaba, por mero capricho, al molino más entero. Sancho creyó que se detendría allí, pero, a sólo unos pocos pasos, giró un poco hacia la derecha; se agachó y en un par de segundos se erguía de nuevo; esta vez, por dentro de la valla. Dio varios pasos alrededor de las ruinas, cada vez más cerca de aquellas piedras desgastadas y firmadas al menos media docena de veces con nombres ilegibles. A sus pies, botellas, latas, bolsas y botellines reflejaban la luz amarillenta de las insomnes poblaciones cercanas. El señor Quijote extendió entonces su mano hacia uno de los muros. Lo tocó con las puntas de los dedos, temeroso, y luego con toda la palma; apretó como intentando tomarle el pulso y agachó la cabeza. Acarició la fría superficie y se encaramó a uno de los agujeros de la pared. Allí, dentro de aquel recoveco, se encogió y miró al cielo a través del cuerpo inerte del molino, y le pareció que, en el marco irregular de sus muros, podía ver dos o tres estrellas pequeñas, azules y parpadeantes que no conocía. Tal vez, a pesar de todo, aquellas ruinas aún tuviesen algo de gigantes.

1 comentario:

  1. Una visión distinta de una vieja locura que, en algunos, sigue estando vigente. No será contra molinos, pero no faltará el quijote que se lance contra un ballenero, contra una central nuclear, contra un hotel en zona protegida, contra... Contra tantas cosas. Aunque las motivaciones no sean las mismas ni los propósitos tampoco. Me gusta.

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