En primer lugar, para partir de una base firme, vamos a definir qué es un punto de misterio. El punto de misterio será aquel asunto de una obra que el lector no conozca del todo pero del que sepa lo suficiente como para sentir curiosidad. Ahí está el secreto: en despertar la curiosidad del lector, hacer que se pregunte cosas.
¿Qué necesitamos para que el lector se haga preguntas? Para verlo, analicemos la estructura de algunas oraciones interrogativas simples:
Ej. 1: ¿Quién asesinó al entrenador?Como podéis ver, aquí tenemos dos tipos de preguntas: las que se responden con sí o no (3 y 4) y las que buscan una respuesta más completa (1 y 2), pero, básicamente, en todas hay dos partes: un elemento conocido (que han asesinado al entrenador, que la bailarina tiene una cicatriz, que el explorador quiere o debe llegar a la Antártida, que el mago tiene que derrotar a su enemigo y salvar el mundo) y uno desconocido. Por lo tanto, para hacer que el lector sienta curiosidad por algo, tenemos que jugar con los elementos conocidos y desconocidos.
Ej. 2: ¿Cómo se hizo la bailarina esa cicatriz?
Ej. 3: ¿Llegará el explorador a la Antártida?
Ej. 4: ¿Podrá el mago derrotar a su enemigo y salvar el mundo?
Normalmente, una novela gira alrededor de un misterio principal (puede haber otros secundarios, pero hoy vamos a centrarnos en el que vertebra toda la novela como conjunto) que debemos definir desde el principio. Para hacerlo, el género en el que nos movamos puede darnos algunas pistas. Por ejemplo, en una novela negra el misterio girará normalmente alrededor de la identidad de un asesino; en una novela de aventuras, alrededor del éxito de una misión; en una novela romántica, alrededor del resultado de una relación, etc.
Una vez que tenemos el misterio principal, es hora de pensar en cómo vamos a mantenerlo oculto hasta el final sin perder el interés del lector. Lo ideal es intentar trazar un camino de migas de pan, pequeños conflictos o preguntas que vayan conduciendo poco a poco a la resolución del misterio principal: la curiosidad tiene un límite muy inferior a las cien, doscientas, trescientas... páginas de la novela. Hay que ir dando pequeños aperitivos, desvelar las cosas paso a paso y, como tanto insistimos siempre, dejar trabajar la mente del lector, que vaya creando su propia resolución, aunque luego al final no sea la correcta. Esto lo conseguiremos mediante el juego con las tramas y los focos de misterio secundarios. Por ejemplo, en una novela negra en la que el misterio principal es la identidad del asesino, podemos estimular la curiosidad del lector con la identidad del personaje asesinado, la historia de un investigador, un personaje relacionado con alguno de ellos que actúa de manera extraña, la aparición de objetos raros o desconocidos... En cierto modo, sería como trazar un sendero más o menos tortuoso hacia la resolución.
Crear una novela alrededor de un misterio requiere fundamentalmente dos cosas: plantear una pregunta principal, que se plantea desde el principio pero no se resolverá hasta el final, y preguntas secundarias que vayan desvelando pequeños trozos de la trama que vayan manteniendo la curiosidad del lector. Sería, por hacer una comparación gráfica, como enseñarle al lector el marco de un puzzle e ir poniendo las piezas del borde pero reservando las centrales, las que dan sentido a todo el dibujo, para el final.
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