Argumento:
Alveric, hijo del rey de Erl, se ve obligado por petición del consejo a viajar al País de los Elfos para así mezclar su sangre real con la feérica y dar a sus conciudadanos la magia que quieren en sus tierras. En su breve estancia en los campos del otro lado el joven conoce a Lirazel, la hija del Rey de aquellos parajes, y queda prendado de ella a pesar de la reticencia de su padre. A partir de ese momento el País de los Elfos y las tierras de Erl se entretejen en una trama de magia, amor, humor y aventuras.
Personajes:
Alveric: hijo del rey de Erl que, tras su regreso del País de los Elfos, asume el mando del territorio.
El Rey del País de los Elfos: brujo de gran poder que extendió sobre sus tierras un hechizo para detener el tiempo y hacer de ellas un espacio de solaz y dicha.
Ziroonderel: bruja humana amiga de Alveric
Lirazel: la hija del Rey del País de los Elfos. Su inmortalidad hace que tenga problemas al adaptarse a los usos de las tierras “de este lado”.
Orión: hijo de Alveric y Lirazel. Le gusta cazar y a medida que crece los caracteres que le vienen de su madre se revelan con más fuerza.
Narl: presidente del Consejo de Doce de Erl
El Libertador: “guardián espiritual” de las tierras de Erl, siempre está en contra de la magia y los seres que de ella provienen.
Lurulu: trasgo amigo de Orión.
Vand: pastor que acompaña a Alveric a buscar la frontera del País de los Elfos.
Rannok: joven afectado de mal de amores que acompaña a Alveric en su búsqueda.
Niv: muchacho loco que se une a la búsqueda de Alveric
Zend: hombre “tocado por la luna” que siempre tiene profecías sobre la frontera del País de los Elfos. También se une a Alveric.
Thyl: poeta que, como los anteriores, se aventura a buscar el país mágico.
Estilo:
Lord Dunsany desarrolló los que quizás fueran los primeros relatos fantásticos de espada y brujería, y sus obras han inspirado a numerosos autores de este estilo, desde Lovecraft a Tolkien.
En concreto esta novela habla de una tierra intemporal, el País de los Elfos, donde el tiempo parece detenerse y los seres gozan de vida eterna; y también de una mujer inmortal que por amor se atreve a someterse al paso del tiempo (quizá una inspiración para la historia de Aragorn y Arwen en El señor de los anillos).
La prosa de Dunsany es de corte heroico y a muchas veces previsible, pero eso no resta méritos a su impecable belleza: las descripciones de los paisajes, las flores, los colores… es simplemente exquisita, y aunque él mismo a veces se disculpa por la inexactitud de sus palabras a la hora de describir el mundo de la magia se trata simplemente de un recurso estilístico; es como cantar una canción de forma perfecta y después añadir: «Hoy tengo la voz ronca».
El tratamiento de la magia es novedoso para la época (1924), pero no muy explícito. Esto puede entenderse por dos motivos: por un lado está la ausencia casi total de referentes, y por otra la presión de un acervo cultural cristiano que puede minar la confianza en el escritor. De hecho hay un personaje, el Libertador, que recuerda mucho a un sacerdote o pastor, y que continuamente arremete contra la magia y la maldice; incluso hay referencias al paganismo y su procedencia demoníaca, seguramente pro cubrir las espaldas del autor ante la crítica.
El cambio de punto de vista está muy desarrollado, de tal forma que se alternan vivencias de los distintos personajes en los distintos capítulos. Así, hay un momento en que se cuentan por separado las historias de Lurulu, Lirazel, Orión y Alveric sin daño para la trama, muy finamente enlazada.
En cuanto a las descripciones, a veces pueden parecer escasas (de hecho, a lo largo de toda la novela nunca se dice cómo es un elfo o en qué se diferencia su aspecto del de los humanos, sino que se deja a la imaginación del lector. También, en las primeras secuencias en el País de los Elfos las descripciones son algo vagas: no se dice cómo es exactamente el castillo, o las flores, sino que se añade a estas menciones la expresión “de la que sólo puede hablarse en un canto”. Sin embargo esto no es un punto negativo, sino que son esos elementos los que hacen de ella una obra intemporal: el castillo puede ser como cada uno quiera, y los elfos pueden adaptarse también a tus pensamientos.
Las referencias mitológicas están muy presentes en toda la obra: la magia se opera por medio de runas de poder y minerales, y los seres mágicos pertenecen al folclore, desde los trasgos a los elfos, pasando por los unicornios y los fuegos fatuos. Quizá sea esta de las primeras obras en integrar la mitología en un relato no folclórico, es decir, que no es una recopilación de cuentos populares o similar.
Y si alguien pensaba que la simbología está reñida con la ficción, está muy equivocado: en los capítulos centrales del libro se habla del País de los Elfos como de la juventud perdida, de la niñez tragada por el paso del tiempo y del miedo que muchos tienen a recordar por ser incapaces de afrontar que ya se perdió y no conseguirán alcanzarla de nuevo. Si tenéis ocasión de fijaros en ello, miradlo también desde ese punto de vista; vale la pena.
Si os gusta la fantasía, esta magnífica novela lo tiene todo: magia, personajes feéricos, aventuras, mitos… todo el relato tiene ese sabor a tierra mojada, a magia acechando por cada rincón, por cada párrafo y cada renglón. Los grandes del género se inspiraron en obras como esta para crear el género actual, sin duda más desarrollado en todas sus facetas, pero son lecturas como ésta las que permiten conocer la esencia de esta grandiosa literatura.
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