Muchas veces pasa que cuando uno quiere escribir le entran unas ganas locas de hacerlo, pero no sabe qué plasmar en la hoja. Para paliar ese infortunio tenemos muchos métodos: desde el binomio fantástico hasta usar un sueño o una frase oída al azar para comenzar el relato. Pero si nada de eso nos vale, traigo aquí un truco que hará las delicias de aquellos que disfruten usando su imaginación y a la vez ejercitará la capacidad de invención: el método del espía.
El procedimiento es sencillo, pero requiere de un pequeño esfuerzo, el de volver a pensar como niños. Se basa simplemente en escoger una situación (o aprovechar una que se desarrolle a nuestro alrededor, como una conversación, un gesto, etc.) y hacer preguntas como lo haría un niño pequeño. Si te resulta más fácil, puedes elegir alguna escena (real, ficticia, presente o pasada) e imaginar cómo se la contarías a un niño pequeño.
Pongamos un ejemplo: mientras paseas por la calle, ves a un hombre hablando por teléfono mientras mira hacia arriba con cara de fastidio y da pasitos cortos hacia adelante y hacia atrás. Aquí es cuando entra tu mirada de niño. Comienza a hacerte preguntas: ¿Con quién está hablando? ¿De qué? ¿Por qué le fastidia? ¿Qué hacía antes de que le llamaran? ¿Qué hará después? Es muy importante no dar respuestas muy meditadas, sino lo primero que nos venga a la cabeza. Si queremos, podemos alterar esa situación para hacerla más interesante: en lugar de una calle comercial a la hora de la comida podrían ser las dos de la mañana, o quizá lleve ropa muy elegante debajo del mono sucio, es posible incluso que esté actuando como con fastidio porque le están vigilando... Con unas pocas respuestas traídas directamente de la imaginación nos bastará para transformar una situación cotidiana en una historia o en un personaje para nuestra próxima novela.
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