Crear personajes para nuestras obras es un proceso que requiere mucho mimo, porque un buen personaje es aquel que tiene muchos rasgos humanos, y por ello debe estar dotado de unas características propias y peculiares que lo diferencien del resto y, a ser posible, que lo hagan atractivo para los lectores. Se habla normalmente de dos tipos de personajes: los planos, propios de los cuentos, que no tienen una evolución a lo largo del relato, y los redondos, que tienen más matices: gustos, aficiones, ideologías, pensamientos, contradicciones... La mayoría de las veces, buscaremos crear este segundo tipo de identidades.
Como una novela requiere de muchos personajes distintos, con frecuencia la labor de asignar los roles se convierte en una tarea muy ingrata, pero por suerte tenemos algunas técnicas para aprender a disfrutar de este arte.
Todos hemos leído algún libro o escuchado algún poema o historia sobre un personaje que nos ha llamado fascinado, y seguramente nos ha pasado con varios aunque fueran muy distintos. Lo primero que tenemos que tener claro a la hora de crear es las cualidades que queremos que imperen en los personajes (inteligencia, impulsividad, astucia, suerte, alegría, valentía, reflexividad, orgullo...). Comenzaremos por definir un personaje que sea importante para nosotros (no necesariamente el protagonista, sino uno que nos guste) y le daremos una característica. A partir de ahí empezará la metamorfosis. El escritor debe tratar de meterse en la piel de ese ser recién creado y darle todas las cualidades que le parezcan oportunas, hasta que la piel sea suficientemente amplia y cómoda. Hay muchos que recomiendan no acudir a los tópicos (el personaje fuerte y tonto o el débil y anciano que sabe mucho), pero pueden servirnos para dar una base a la marioneta. Para que adquiera todos los rasgos necesarios hay que meterse en el personaje e imaginarlo en distintas situaciones: en una batalla, hablando con un amigo, con un enemigo, subido a un torreón, en su cuarto, en su tiempo libre, por la noche, con niños, con ancianos, en una situación incómoda, cuando le piden consejo... ¿Cómo es tu personaje cuando se enfrenta a cada uno de estos momentos? ¿Le gusta jugar con los niños pero no soporta oír las charlas de los ancianos? ¿Sube al torreón a reflexionar, a observar, a reunirse con un informador...? Cada respuesta irá dando los matices necesarios a su psique.
La experiencia dice que en cada uno de los personajes que creamos dejamos algunas de nuestras características, y que con frecuencia enfrentamos a personajes que llevan cualidades que poseemos y no sabemos cómo aunar, o que atribuimos rasgos que consideramos negativos a los personajes que menos nos gustan. Con frecuencia el héroe es un alter ego del escritor, o una antítesis suya dependiendo del caso. Hay quien dice que escribir es como poner en tela de juicio nuestros propios pensamientos y experiencias, y que volcamos nuestras vidas más o menos sucintamente en cada línea. Es cierto, y hay que saber utilizarlo no sólo para escribir buenas historias, sino también para que la experiencia nos sirva como personas. Si te apetece poner las características de un amigo a un personaje, o alguna de esas que viste en tu personaje favorito de la última novela que leíste, o las de esa persona que te hace la vida imposible, hazlo. Luego, al escribir sobre ellos, aunque sea camuflados bajo la piel de gremlins, piratas o astronautas, es posible que llegues a crear personajes que te gustan más de lo que creías o peores de lo que pensabas y aprendas sobre ellos.
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