Aquí no nos referimos a ese trágico momento en el que nos damos cuenta de que nuestros manuscritos son indescifrables incluso para nosotros mismos, sino a ese fenómeno tan común que se produce cuando leemos nuestros textos un tiempo después de haberlos escrito y descubrimos que no son tan buenos como creíamos: de pronto nos encontramos con errores que no nos explicamos, expresiones demasiado rimbombantes o vulgares, palabras mal usadas... incluso con algún texto que nos resulta embarazoso. En cualquier caso, lo primero es no preocuparse: a todos nos pasa y, si alguien dice que no, miente. Siempre hay algo que, leído después de un tiempo, no nos gusta. ¿Entonces cómo podemos hacer nuestros textos tan buenos como para que nos enorgullezcamos de ellos? Muy fácil, revisando; y si es en frío, mejor.
El primer paso será analizar el texto. El análisis se diferencia de la corrección en que el objetivo es observar el escrito sin alterarlo. Para ello debemos dejar pasar un tiempo desde la escritura (un par de días, una semana…) y releerlo atentamente con las gafas del crítico puestas, prestando atención especialmente a la forma en que se ha tratado el tema, el orden de los párrafos y las intervenciones, el tratamiento de los personajes… es decir, los pilares del texto. En esta fase no nos importa tanto la corrección gramatical o el orden interno de las oraciones como el contenido y las líneas generales. Una vez que lo hayamos revisado todo tendremos una lista de problemas: mi personaje malvado no parece tan malvado, describir el salón en medio del diálogo rompe el ritmo, el veneno oculto llama demasiado la atención, el personaje tímido es demasiado tímido, la hechicera sobra en esta parte… etc. En este momento es en el que nos enfrentamos a la decisión más difícil: si los fallos estructurales no son demasiado graves y se pueden corregir con algunas palabras de más o de menos o cambiando el orden de un par de párrafos pasaremos a la fase de corrección; si por el contrario, hay demasiadas cosas que no nos convencen, es hora de coger otro folio en blanco y reescribir. Esta última opción puede parecer bastante desmoralizadora pero da excelentes resultados: muchas veces es más fácil empezar de cero que corregir demasiadas cosas. Puede que lleve algo más de tiempo (aunque depende de los cambios que queramos hacer) pero nadie dijo que esto fuera cosa de dos días y, sobre todo al principio, la paciencia es importante si queremos estar realmente satisfechos de nuestro trabajo.
Hay que insistir también, no obstante, en que ponerse las gafas del crítico no debe ser sinónimo de tirarlo todo por tierra, sino de localizar los puntos defectuosos para luego poder construir sobre ellos, no destruirlo todo, así que no seas demasiado duro contigo mismo.
Si no consigues localizar lo que falla en tu texto, te recomendamos acudir a terceros que puedan leerte desde fuera: aquí tienes un pequeño artículo sobre ello. Por supuesto, también te damos la opción de enviarnos tu texto para revisarlo, sólo escribe en el mensaje o en el asunto qué tipo de revisión quieres o los problemas que tienes con él y haremos todo lo posible por asesorarte para que tu escritura mejore día a día.
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