Cómo se puntúan los diálogos





1. Puntuación de inicio
Así como en alemán e inglés se puede escribir diálogos mediante el uso de comillas, en español necesitamos empezar cada intervención en un párrafo nuevo y con una raya de diálogo que irá seguida, sin espacios, de las palabras del personaje.
La raya de diálogo (—) es más larga que el guión, y para escribirlo necesitaréis la opción de insertar símbolo o alguno de los siguientes atajos:
1. Windows con teclado numérico: Ctrl+Alt+- (signo menos)
2. Windows sin teclado numérico: Alt+0154
3. Mac: mayúsc. + opción (alt.) + guión
IMPORTANTE: si ya utilizamos las rayas, no necesitamos comillas.

—¿Tienes nombre? Da igual el que sea, no te pregunto por curiosidad, sólo para hacer más fácil la conversación.—Me llamo Geralt.—Sea pues Geralt. ¿De Rivia, como concluyo por tu acento?—De Rivia.
             El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo


2. Puntuación de cierre
Cada intervención debe cerrarse siempre, aunque no constituya oración por sí misma, con uno de estos signos: punto, puntos suspensivos, cierre de interrogación o cierre de exclamación.

—¿Tienes nombre? Da igual el que sea, no te pregunto por curiosidad, sólo para hacer más fácil la conversación.—Me llamo Geralt.—Sea pues Geralt. ¿De Rivia, como concluyo por tu acento?—De Rivia.
            El último deseo, Andrzej Sapkowski.Traducción de José María Faraldo



Si la intervención termina con una aclaración del narrador, sea del tipo que sea, no cerraremos con raya, sino directamente con un punto.

—¿Qué va a ser?—Cerveza —dijo el desconocido. Tenía una voz desagradable.
           El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo


3. Aclaraciones del narrador
Los incisos deben colocarse siempre detrás de una pausa natural dentro del discurso, e irán delimitados por rayas. Como podéis ver en el ejemplo, no hay espacio entre las rayas y el interior del inciso: son como paréntesis.

Otro guardia dio una patada a la mesa que le impedía acercarse al rivio por detrás.—¡Ve a por refuerzo, Treska! —gritó al tercero, que estaba más cerca de la puerta.—No hace falta —dijo el extraño, bajando la espada—. Iré por mi propio pie.
             El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



Distinguiremos dos tipos de aclaraciones en función de si contienen o no verbos dicendi (decir, gritar, preguntar...):

a) Con verbos dicendi:
El inciso comenzará por minúscula. No aparecerán signos de puntuación antes de la raya de apertura, sino después de la de cierre, si la hubiera. Fijaos en el punto que debería haber detrás de “hay” en el siguiente ejemplo:


—Pues no hay —refunfuñó el ventero mirando las botas del cliente, sucias y llenas de polvo—. Preguntad acaso en el Viejo Narakort.
El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo


Se aplicará la misma norma en caso de que el discurso no continúe tras el inciso:
—Pagaré bien —dijo el extraño muy bajito, como inseguro.
El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



Las interrogaciones y exclamaciones siguen la misma regla, aunque ello contravenga la norma general de que no es necesario cerrar una oración con punto si ésta termina con un signo de interrogación o exclamación.

—¡Ya te han dicho que no hay sitio, bellaco, rivio vagabundo! —gargajeó el picado de pie junto al desconocido—. ¡No necesitamos gente como tú aquí, en Wyzima, ésta es una ciudad decente!
             El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



b) Sin verbos dicendi
En este caso, la aclaración comenzará siempre con mayúscula, y sí aparecerán signos de puntuación antes de la raya de apertura del inciso.


—No hay. —El ventero reconoció al fin el acento del desconocido. Era de Rivia.
El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



En caso de que el discurso continúe tras el inciso, se duplicará el signo tras la raya de cierre.


—Bien. ¿Sabes, Geralt? Tómatelo con calma. —Velerad señaló la proclama con la mano abierta—. Es un asunto serio. Ya lo han intentado muchos. Esto, hermano, no es lo mismo que rebanarle el pescuezo a un par de bravucones.
           El último deseo, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo

4. Intervenciones largas
Señalaremos el principio de cada párrafo adicional de la intervención con comillas latinas de cierre (Alt+0187)


—[Niedamir] Necesita el tesoro, quieres decir.—De hecho necesita más el dragón que el tesoro. Porque, ¿sabéis?, a Niedamir se le hace la boca agua a causa del principado vecino de Malleore.»Allí, después de la muerte súbita y bastante extraña del príncipe, ha quedado una princesa en edad, por así decirlo, de merecer. Los nobles de Malleore miran con pocas ganas a Niedamir y a otros competidores porque saben que un nuevo gobernante les va a sujetar las riendas bien cortas, no como una princesa mocosa. Así que desenterraron una vieja y polvorienta pragmática que dice que la mitra y la mano de la muchacha serán de aquel que venza a un dragón. Como hace siglos que nadie ve un dragón por aquí, pensaron que iban a estar tranquilos.»Niedamir, por supuesto, se hubiera reído de la leyenda , se hubiera hecho con Malleore a mano armada y santas pascuas, pero cuando corrió la noticia del dragón de Holopole, se dio cuenta de que podría vencer a la nobleza malleorina con sus propias armas. Si apareciera por allí llevando la cabeza del dragón, el pueblo le recibiría como a un monarca enviado por los dioses, y los magnates no se atreverían ni a abrir el pico. ¿Os asombráis entonces de que corra tras el dragón como el lobo tras la liebre? ¿Y encima de uno que apenas menea las patas? Esto es para él una verdadera ganga, la sonrisa de la fortuna, voto al diablo.
La espada del destino, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



Lo mejor para estar al día de las normas de puntuación es fijarse en cómo se aplican en los libros (preferentemente impresos).
Casi todos los ejemplos del artículo han sido extraídos del siguiente fragmento:


El desconocido no se sentó a la mesa, entre los escasos clientes, continuó de pie delante del mostrador, apuntando hacia el posadero con ojos penetrantes. Bebió un trago.—Posada busco para la noche.—Pues no hay —refunfuñó el ventero mirando las botas del cliente, sucias y llenas de polvo—. Preguntad acaso en el Viejo Narakort.—Preferiría aquí.—No hay. —El ventero reconoció al fin el acento del desconocido. Era de Rivia.—Pagaré bien —dijo el extraño muy bajito, como inseguro.Justo entonces fue cuando comenzó toda esta abominable historia. Un jayán picado de viruelas, que no había apartado su lúgubre mirada del extraño desde el momento mismo de su entrada, se levantó y se acercó al mostrador. Dos de sus camaradas se quedaron por detrás, a menos de dos pasos.—¡Ya te han dicho que no hay sitio, bellaco, rivio vagabundo! —gargajeó el picado de pie junto al desconocido—. ¡No necesitamos gente como tú aquí, en Wyzima, ésta es una ciudad decente!
        La espada del destino, Andrzej Sapkowski. Traducción de José María Faraldo



Ejercicio
Finalmente, os proponemos que intentéis puntuar correctamente el siguiente fragmento (los incisos están señalados entre paréntesis). Para ver la solución, sombread el espacio en blanco bajo el epígrafe "Solución".


—Sentaos, señor brujo, sentaos. Ahora nos traerán la cena. ¿Sobre qué querríais hablar? Creo que el corregidor Velerad ya os lo habrá dicho todo. Lo conozco y sé que antes habrá contado demasiado que demasiado poco.
—Sólo unas pocas preguntas
—Preguntad pues.
—El corregidor dijo que, cuando apareció la estrige, el rey mandó llamar a muchos Sabios.
—Así fue. Pero no digáis «estrige», decid «la princesa». Fácilmente cometeríais este error ante el rey... y os podría suceder alguna desgracia.
—¿Había alguien conocido entre los Sabios? ¿Alguien famoso?
—Los hubo tanto entonces como después. No recuerdo los nombres... ¿Y vos, Ostrit?
—No recuerdo. (Dijo el noble) Pero sé que algunos gozaban de fama y reconocimiento. Se habló mucho de ello.
—¿Estaban de acuerdo en que se podía deshacer el hechizo?
—Se mostraron bien lejos de cualquier acuerdo. (Sonrió Segelin) En cada detalle. Pero hubo quién afirmó esto también. Se trataba de algo sencillo, que incluso no precisaba de habilidades mágicas y, por lo que entendí, bastaba con que alguien pasara la noche desde la puesta del sol hasta el tercer gallo en el subterráneo, junto al sarcófago.
—De verdad, muy sencillo. (Resolló Velerad)
—Me gustaría que me describierais a la... princesa.
Velerad se levantó de la silla.
—¡La princesa parece una estrige! (gritó) ¡La más estrige de las estriges de las que jamás haya oído! ¡Su alteza la infanta, maldita bastarda, mide cuatro codos de altura, recuerda a un barril de cerveza, tiene un morro de oreja a oreja, lleno de dientes como estiletes, los ojos colorados y las greñas bermejas! ¡Las garras, afiladas como las de un lince, le cuelgan hasta la misma tierra! ¡No te extrañes de que todavía no hayamos empezado a mandar sus miniaturas a los palacios de nuestros amigos! ¡La princesa, así se la trague la tierra, tiene ya catorce años, es hora de pensar en darla en matrimonio a algún príncipe!



Solución
—Sentaos, señor brujo, sentaos. Ahora nos traerán la cena. ¿Sobre qué querríais hablar? Creo que el corregidor Velerad ya os lo habrá dicho todo. Lo conozco y sé que antes habrá contado demasiado que demasiado poco.—Sólo unas pocas preguntas.—Preguntad pues.
—El corregidor dijo que, cuando apareció la estrige, el rey mandó llamar a muchos Sabios.—Así fue. Pero no digáis «estrige», decid «la princesa». Fácilmente cometeríais este error ante el rey... y os podría suceder alguna desgracia.—¿Había alguien conocido entre los Sabios? ¿Alguien famoso?—Los hubo tanto entonces como después. No recuerdo los nombres... ¿Y vos, Ostrit?—No recuerdo —dijo el noble—. Pero sé que algunos gozaban de fama y reconocimiento. Se habló mucho de ello.—¿Estaban de acuerdo en que se podía deshacer el hechizo?—Se mostraron bien lejos de cualquier acuerdo —sonrió Segelin—. En cada detalle. Pero hubo quién afirmó esto también. Se trataba de algo sencillo, que incluso no precisaba de habilidades mágicas y, por lo que entendí, bastaba con que alguien pasara la noche desde la puesta del sol hasta el tercer gallo en el subterráneo, junto al sarcófago.—De verdad, muy sencillo —resolló Velerad.—Me gustaría que me describierais a la... princesa.—¡La princesa parece una estrige! —gritó—. ¡La más estrige de las estriges de las que jamás haya oído! ¡Su alteza la infanta, maldita bastarda, mide cuatro codos de altura, recuerda a un barril de cerveza, tiene un morro de oreja a oreja, lleno de dientes como estiletes, los ojos colorados y las greñas bermejas! ¡Las garras, afiladas como las de un lince, le cuelgan hasta la misma tierra! ¡No te extrañes de que todavía no hayamos empezado a mandar sus miniaturas a los palacios de nuestros amigos! ¡La princesa, así se la trague la tierra, tiene ya catorce años, es hora de pensar en darla en matrimonio a algún príncipe!
El último deseo, Andrzej Sapkowski

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