Imagina
que te dejasen hacer algo que se supone que no deberías hacer.
Imagina
que te dan las llaves de un todoterreno enorme, un arenero o un Lamborghini y, después,
te señalan un campo. Un campo de fútbol fuera de un instituto o, quizá, sólo
una gran pradera abierta. No hay nadie ahí. No hay niños jugando. No hay perros retozando; no hay nadie ahí para verte.
Tienes
total libertad para revolucionar el motor, aplastar el pedal hasta el suelo y
dispararlo a través de ese campo. Puedes hacer círculos, girar salvajemente por
todos lados haciendo volar el barro y dejando marcas que parezcan la caligrafía
de un dios realmente loco.
Puedes
cubrir el coche de barro. Puedes salir y bailar sobre la hierba.
Puedes
hacer lo que quieras.
Esto no
es algo a lo que estemos acostumbrados, como adultos. Mi hijito lo entiende. Él
no está cercado por las fronteras de la madurez, que, vale, sí, significa que
no tiene por qué saber que no debe meter un sándwich de jamón entre las aspas
de un ventilador (¡ensalada instantánea de jamón!) o escalar a lo más alto que
vea y tirarse como un puma.
Pero
también significa que él no sabe por qué no puede simplemente coger un
bolígrafo y empezar a dibujar. Significa que no tiene ningún problema en coger
un pedazo de plastilina y crear cualquier cosa que le permitan sus torpes
manitas. Significa que cogerá un juguete de Transformers y lo medio
transformará en alguna clase de monstruosidad coche-robotesca y que, si un
adulto le dice «No, no, tiene que ser de una forma o de la otra; o es un coche,
o es un robot» él se quedará como «Oh, ya, claro que no. Anda, vuelve a tus
formularios de impuestos y tus programas de Decogarden, adulto estúpido. Acabo de crear un
Frankochensteinbot y tú puedes irte y esconder la cabeza en la banalidad barrida
por la arena de la vida adulta, imbécil».
Toda su
vida creativa es como la canción «Todo es increíble» de «LEGO. La película»,
porque no sabe lo que puede o no puede hacer. No sabe nada sobre arte ni formalidades
ni críticos ni nada de eso. Puede hacer lo que quiera. (Alejado de los sándwiches de jamón y los ventiladores).
Y tú
puedes hacer lo que quieras, también.
La
página en blanco es tuya. Aparta las preocupaciones sobre el arte y las
críticas. Imagina un terreno sin normas. Imagina que nunca nadie te ha dicho
que no debes hacer tal o cual cosa. Esa gente se equivocaba. Olvida esas voces.
Porque, ¿en serio?
Es un
campo vacío y tú tienes las llaves de un maldito Ferrari.
Es un
mantel en blanco y tú tienes ketchup, mostaza y salsa de pepinillos.
Es una
página en blanco y tienes todas las letras y las palabras que necesitas.
Revoluciona
el motor y da un paseo. Pinta en tu mesa con todos los colores que te permitan
tus condimentos. Crea cualquier monstruo humano-robot que tu mente tenga a bien conjurar. Abre tu pecho y echa tu corazón en la página.
Escribe
ahora. Simplemente, escribe. Roscas en un campo vacío.
Deja tu
marca.
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